viteri | un homenaje

3 de junio, 2018

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sObre la muestra     Viteri, un homenaje

Esta exposición ha sido realizada en honor a Oswaldo Viteri, mi padre, a nuestro padre con mis hermanas también y a través mío aquí presentes, en honor también al Viterito, compañero de toda la vida de Marta Reyes, mi madre.

He querido no sólo reivindicar su trayectoria, sino sobre todo que su obra hable, que estas pocas piezas de su enorme legado al arte ecuatoriano traduzcan, sin palabras, todos aquellos sentidos, significados y preocupaciones que le han abordado su vida entera, y que le han guiado también para construir su propio y singular lenguaje.

Asimismo, su irrebatible coherencia, se traduce en este puñado de piezas que a través de medios, técnicas, formatos y temas distintos nos permiten descubrir su propio universo que es el nuestro también.

Su generación se preocupó fundamentalmente por la abstracción moderna pero sin querer renunciar a lo que Isabel Rith Magni llamó ancestralismo; es decir, una preocupación en estos países por distinguir una identidad propia, diferente de las vanguardias europeas y norteamericanas. Pero también diferente de la imagen lastimera y segmentada del indigenismo que, después de su genuina denuncia, abriga sometimiento y beneficio. Reivindican el principio de la libertad del verdadero arte, es decir, lo que será en algún momento el sublime propósito del “arte por el Arte”. Buscaban una voz distinta y no sometida a la pancarta ni a la legitimación del poder, así como la construcción de una imagen nueva e incluyente que pudiera entonces remitirse a lo más común, esencial y originario. De allí el ancestralismo.

Para Viteri este camino significó asimismo hurgar en otros ámbitos como el folclor, es decir, en lo que se revelará como arte popular desde los años sesenta, pero también en las corrientes de neo-vanguardia que tanto en Europa como en Norteamérica buscaban esa singularidad incluso local en cuanto a su cultura, su memoria, su tiempo y espacio, sobre todo a partir de los años 60’. De allí surgen no sólo sus collages o ensamblajes, sino el encuentro con lo que se llamará “high and low” en la cultura urbana de masas, o lo “de arriba y de abajo”, de centro y de afuera en este medio de pequeñas ciudades y pueblos, entre desolados paisajes.

Entre lo erudito y lo popular u ordinario, conviven y luchan tradiciones distintas que se abrazan y se excluyen, que también se aman y se desprecian para dar lugar a una cultura otra. Por ello aparecen sobre fondos de pintura, las arpilleras, esos fragmentos de humildes y rústicos cáñamos, tejidos para cargar el peso de la tierra; como también están esas ricas telas de seda, bordadas de oro y de plata para calar hilos de memoria y, entre brillos, sostener retazos de almas y de conciencias.

Más allá del llamado “mestizaje” y que siempre repito, frente al que prefiero el concepto de hibridación para evitar el dejo lastimero, el triste sentido de lo impuro, de lo roto e incompleto, está la propia construcción de esta identidad singular donde el fragmento, la yuxtaposición y la contradicción abundan para dar lugar a un todo compuesto, polifónico, rico y heterogéneo. Ese todo o universo, construido de vestigios y fragmentos, huye del valor absoluto, de los determinismos y los purismos tan propios de las tradiciones. Esta realidad otra, asume el color y el valor de las diferencias, el sentido eterno y vital de la contradicción, la riqueza de los pedazos de conciencias que son también trozos de historias vividas, contadas y repetidas, a veces hasta el cansancio, y que sin embargo después no se recuerdan. 

(Huye de la tradición) Pero no evade la belleza, la asume como ésa que surge de haber descubierto en los desechos y desprecios de unos como en las reliquias y joyas de otros, la abundancia de una realidad compleja que restituye un rostro a este único y singular lugar en la mitad del mundo de América. En este universo, donde las distancias y las diferencias también resuenan entre la bulla y el silencio, entre los pocos y los muchos; donde el cáñamo abraza a la seda como también una gasa envuelve a una muñeca hecha de retazos. En él habita la soledad que de cuando en vez da albergue a las muchedumbres, como los trapos habitan los cuerpos de muñecos que han debido salir de entierros o de fiestas; así, como el sol de monedas, pendientes, abalorios y lentejuelas abriga, a veces, la penumbra de la luna.

Allí estamos de alguna manera todos, entre la luz y la sombra de un ruedo, con una cruz o sin ella, entre toros vivos y muertos, entre cuerpos desnudos que también nos habitan por dentro. Y que se abren como flores o que se encierran finalmente para siempre.

Gracias a Viteri por ser este artista que tenemos enfrente y gracias a Dios (y a mi madre) por ser mi padre.

Ileana Viteri 2018

 

sobre la muestra | texto publicado en FB por ileana viteri

Queridos todos, comparto con ustedes unas cuantas fotos de la nueva exposición que decidí construir, apenas este domingo. Se trata de una pequeña muestra de obras emblemáticas de mi padre, de esas que están en mis manos, no porque me pertenecen sino porque me han sido entregadas o las he escogido entre muchas otras para mostrarlas en algún momento, y para tenerlas cerca, supongo.

Había pensado, después de desmontar la última exposición individual y con motivo de mi receso, en una muestra colectiva que pudiera reunir en diálogo - como lo he hecho desde hace once años casi - obras singulares de artistas singulares, más allá de sus trayectorias incluso dispares, pero siempre cerca de sus auténticos compromisos plásticos.

Tomé la decisión el domingo, cuando no pude evitar rendir un pequeño homenaje no sólo a la trayectoria de mi padre, sino evidenciar con sus mismas obras la calidad y rigor de su trabajo. Su compromiso ineludible e incuestionable con el arte, fuera de toda alianza que no sea con su propia necesidad y reflexión sobre el sentido del arte mismo y de la realidad que le rodea, ha tomado parte importantísima en el sustento de su singular lenguaje. La identidad, en este sentido - entendida como una estructura rica, compleja, heterogénea, contradictoria y decisiva de carácter social y cultural- yace en el fondo de su conciencia personal y artística.

Es más, el concepto de mestizaje - que yo prefiero llamar hibridación desde hace más de veinte años para evitar el carácter lastimero o el sentido de lo “impuro” que de inmediato y absurdamente se le asigna - ha adquirido con él, precisamente, una mirada enriquecida, integradora y validatoria de las diferencias. En esas diferencias que plantean también contradicciones sustanciales, los retazos de conciencias cercanas y lejanas, de centros y de periferias, así como del norte y del sur, le han permitido construir un tejido riquísimo de propuestas, de indagaciones que corren como ríos a veces calmos y otras, turbulentos, por el arte moderno, por el Arte pop, por el Arte Póvera, por el arte oriental y el zen, por la antropología incluso, tal como su maestro Lloyd Wulf le supo inspirar.

Siempre descubriendo y jamás traicionándose, incluso cuando dibuja en segundos unos una fiesta popular, unos toros bravos, un caballo de rejoneo, o también una piedad, construye imágenes que brotan todavía, a sus casi 87 años, con el placer y la facilidad de un niño. Leyendo siempre, hasta ahora y desde aquel entonces a Herbert Read, a Heidegger, a Kandinsky, a Elie Faure, a Picasso, entre tantos, textos que yo también atesoro porque me abrieron de su mano, el camino desde muy temprano a la introspección y a la pregunta del “ser” del arte, su aventura ha sido tan rica y multifacética como su obra.

Todo esto, como preámbulo para decir que no he podido evitar construir esta pequeña muestra después de visitar el nuevo Museo Nacional. Qué felicidad, por un lado, me ha dado encontrar la riqueza de la arqueología en diálogo con el arte colonial, con el arte republicano y moderno, y también en diálogo entre ellos mismos, acercándome y a todos supongo, otra vez a nuestro sentido de pertenencia, de un ser y estar en el tiempo y en este espacio de la tierra en la mitad del mundo americano, que también es espacio del hacer y del crear no sólo con las manos sino con la mente o la conciencia.

Pero qué tristeza y también indignación, debo decir, me han sobrevenido al llegar hasta la última sala del último piso y encontrar, fuera de todo contexto y coherencia, fuera de toda ética y estética, fuera del mismo discurso curatorial que más o menos se mantiene, encontrar digo, a “Ventana de Luz”, una obra emblemática de mi padre. En una sala ya estrecha, donde las obras están atiborradas, sin aire, sin diálogo, donde unas cuantas buenas se pelean por sobrevivir, yace también, ahora entiendo, todo aquello que nada tiene que ver con el arte sino con los amiguismos, así como con los desprecios. La ingenuidad, que podría ser exculpatoria, brilla también por su ausencia.

No he podido evitar entonces construir mi propia y pequeña muestra, donde las obras hablan por sí solas, donde el arte vibra y la vida se traduce en pasión y causa. No he podido evitar ser la hija de mi padre, de permitirme construir imágenes y sentidos desde la coherencia, pero también desde la pasión. No he podido dejar de reivindicar aquello que significa la honestidad en el arte y la consecuencia en la vida, que para mí son uno y el mismo cuerpo; o alma, o espíritu tal vez mejor. Ese espíritu que se entiende como mente, o intelecto o conciencia y que nos lleva más allá de lo meramente evidente en un despertar continuo, eterno espero, hasta la bella muerte.

                                                   

Fotos exposición

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